De rebeldes a tiranos: ¿un dictador nace o se hace?

Llegaron en nombre de la "emancipación" y la "justicia", pero una vez en el poder hicieron de la excepción la regla. De Khadafi a Castro, pasando por Mugabe, Pol Pot o Ceaucescu

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Los procesos de revuelta social o de descolonización que los tuvieron como líderes despertaron expectativa. Eran referentes carismáticos que encarnaban la esperanza y los sueños de las masas que los seguían. Pero el encantamiento inicial se fue disipando en la medida en que la necesidad -o la excusa- de afirmar un poder todavía precario los llevó a prolongar la situación de emergencia y a concentrar la autoridad en un pequeño grupo o en torno a su persona.

Antes de convertirse en el verdugo de sus connacionales, con el argumento de que era necesario desoccidentalizar la Nación para crear una nueva, el primer ministro de la rebautizada "Kampuchea Democrática" (Camboya), Saloth Sar, más conocido como Pol Pot, era objeto de los elogios de intelectuales como Jean-Paul Sartre, que sólo cesó de defenderlo cuando el genocidio fue inocultable.

Para concretar el ideal declamado de la creación de un "Hombre Nuevo", también los revolucionarios castristas creyeron necesario hacer correr sangre "enemiga" y abrieron una brecha que hasta hoy no se cierra entre los cubanos que adherían al proyecto y los que no.

Excepción y provisionalidad

El escritor y premio Nobel de Literatura francés, Albert Camus, expulsado del Partido Comunista en 1939 por criticar a Stalin, escribió: "Las tiranías dicen siempre que son provisionales. Se nos explica que hay una gran diferencia entre la tiranía reaccionaria y la progresista. Habría, así, campos de concentración que van en el sentido de la historia. [Pero] si la tiranía, incluso progresista, dura más de una generación, ella significa para millones de hombres una vida de esclavos y nada más".

Agitando el fantasma de la amenaza externa, Fidel Castro ha esclavizado a los cubanos, mediante una excepcionalidad que ya ha durado medio siglo.

La transformación de la revolución iraní de 1979 en régimen islámico vino acompañada de oscurantismo, privación de derechos a las mujeres y a las minorías religiosas, fraude electoral, persecución a los disidentes y amordazamiento de la prensa.

Aunque volvió al poder por los votos, el ex jefe de la guerrilla sandinista de Nicaragua, Daniel Ortega, no escapa al esquema del recurso a la demagogia combinada con autoritarismo, ni a la retórica belicosa, para dividir y eternizarse en el poder.

Hugo Chávez en Venezuela fue el emergente de años de frustración popular ante el espectáculo de una clase dirigente corrupta e ineficiente en un país rico que no lograba sacar a su gente de la pobreza. Pero cuando ascendió a la primera magistratura pocos preveían hasta qué punto caería en la tentación autocrática.

Antes de mancharse las manos con la sangre de sus propios connacionales y convertirse en uno de los dictadores más longevos, Robert Mugabe fue el héroe de la independencia de Zimbabwe (la ex Rhodesia) en 1980.

De resistente antinazi a dictador comunista, también el periplo de Nicolae Ceaucescu en Rumania, desde su llegada al poder hasta su ejecución en una rebelión popular que recuerda a la actual de los países árabes, ilustra el impulso autoritario al que estos dirigentes parecen tan incapaces de resistir.

A veces, la coyuntura internacional favoreció o alentó estas desviaciones. Muammar Khadafi, como algunos de sus coetáneos, encarnó en un tiempo la idea de un mundo no alineado, en el cual los países de la periferia no tuvieran que optar por uno u otro bloque hegemónico. Pero fue una ilusión que duró poco. A medida que se fue consolidando la división ideológica, política, comercial y militar del mundo, quedó poco espacio para la independencia. Más allá de matices en la afinidad y cercanía con Moscú de cada uno de sus integrantes, el grupo llamado de Países No Alineados acabó siendo una pieza más en el dispositivo de la Unión Soviética en su disputa por la hegemonía mundial con los Estados Unidos

La lección de San Martín

"La historia y más que todo la experiencia de nuestra revolución, me han demostrado que jamás se puede mandar con más seguridad a los pueblos que los dos primeros años después de una gran crisis", escribió el general José de San Martín, Libertador de la Argentina, Chile y Perú, en abril de 1829, en carta a su amigo Tomás Guido.

Sin dudas, ése es uno de los factores que influye en el descarrío revolucionario: el estado de ánimo de una sociedad después de una convulsión -sobre todo si fue prolongada- es favorable a la imposición del orden. La energía social se ha agotado en la lucha por el desplazamiento de una situación anterior percibida como injusta -dictadura o dominación imperial. No queda mucho aliento y sólo se aspira a un poco de tranquilidad y seguridad. Algo que el nuevo líder y el nuevo grupo pueden proveer con tanta o más libertad cuanto violento ha sido el derrumbe del sistema previo.

En la carta citada, San Martín le dice también a Guido que la situación que describe es aquella en la cual quedará el pueblo de Buenos Aires -tras 19 años de guerras civiles y de independencia- y que por lo tanto "no exigirá del que lo mande más que seguridad". Como los desorientados dirigentes de entonces le habían solicitado que se hiciera cargo de la situación asumiendo el poder, San Martín explica a su amigo por qué no aceptó: "Si sentimientos menos nobles que los que poseo a favor de nuestro suelo fuesen el norte que me dirigiesen, aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico pero desgraciado pueblo, como lo han hecho unos cuantos demagogos que con sus locas teorías lo han precipitado en los males que le afligen".

Pero la capacidad de renunciamiento y la claridad respecto a los peligros y tentaciones presentes en momentos de fuerte convulsión social y política no es frecuente. Tampoco imposible: un ejemplo es el de Nelson Mandela en Sudáfrica. Tras años de sufrimiento personal y de lucha contra un sistema racista, resistió tanto la tentación de la revancha como la de la perpetuación en el poder.

Pero lo más usual en la historia ha sido el "aprovechamiento" de la "coyuntura" y el "engaño" al "heroico pero desgraciado pueblo".

El mismo peligro acecha hoy a las revueltas populares que están derribando tiranos en el norte de África. ¿Qué vendrá después? ¿Otro demagogo sin sentimientos nobles hacia el pueblo que le impidan aprovecharse de él? ¿O lograrán esas sufridas sociedades -con el auxilio de la comunidad internacional- fortalecer o crear instituciones y un sistema que representen las aspiraciones colectivas y limiten las ambiciones personales de poder?

Buen Aporte

Buen AporTe .!!